Durante dos días, la Sede Medellín vivió La Tierra que nos une, un espacio para hablar y potenciar la articulación del conocimiento académico con los saberes populares en torno a la tierra y a la construcción con técnicas sostenibles. El evento, una iniciativa interfacultades que se enmarcó en el proyecto Campus Sustentables y del Cuidado de la Vicerrectoría de Sede, fue una oportunidad para que la Huerta Experimental GrAEco mostrara sus capacidades como laboratorio vivo en el que confluyen la academia y la sociedad.
Algo común entre el conocimiento y el quehacer de las facultades de Arquitectura y Ciencias Agrarias es el trabajo con la tierra, de ahí el interés en poner el tema en reflexión y conversación abierta en el encuentro sobre agricultura y construcción sostenible La Tierra que nos une, realizado recientemente en la UNAL Medellín.
La tierra de uso agrícola no es la misma que se emplea para construir, pero justo esa diferencia se convirtió en puente pedagógico. “Mientras para los agrónomos un suelo arcilloso puede ser un problema, para los constructores es una oportunidad; mientras algunos suelos fértiles no sirven para edificar, sí lo hacen para producir alimento”, destacó Juan Carlos Dávila Betancourt, docente de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Sede.
El estudio de las tecnologías constructivas de la tierra es un asunto que, además de abordarse interdisciplinariamente, debe incluirse en los currículos de los programas de arquitectura en las universidades, un llamado que hizo Santiago Rivera Bolaños, ingeniero civil y especialista en construcción en tierra, quien trabaja en De la tierra casa taller, un proyecto en Barichara (Santander) que rescata los saberes constructivos tradicionales.
Para él, “la academia está en mora de reconocer que buena parte de la vivienda del país está hecha con tierra”, expresó. “En las ciudades sentimos más cerca el concreto, el acero, los materiales industriales, pero Colombia es rural. La provincia está construida en tierra”, comentó. El principal reto, considera, es que la normativa de construcción sismorresistente incluya formalmente las técnicas de tierra, lo que permitiría garantizar seguridad estructural y prevenir intervenciones inadecuadas.
En algunos pueblos, explicó, intervenciones comerciales aparentemente simples, como ampliar una ventana para convertirla en vitrina o abrir un espacio para parqueadero, pueden alterar el comportamiento estructural de edificios de tapia o adobe. Con este tipo de decisiones, asegura, “se envía un mensaje negativo sobre la construcción en tierra, que no es el problema, sino el desconocimiento técnico”.
Rivera también alertó sobre un error común: aplicar criterios de materiales industriales a edificaciones en tierra: “Si me aproximo a la tierra con el bagaje conceptual del concreto o el acero, los efectos son muy negativos. La tierra se comporta distinto y hay que entenderla desde sus propias lógicas”.
Hay otros retos también trascendentales como cambiar el imaginario, de acuerdo con la docente Gilma Wolf, de la Facultad de Arquitectura de la UNAL Medellín, pues la tierra, a pesar de ser abundante, maleable, fácil de utilizar y con gran inercia, tiene como fuerte competidor al concreto, utilizado desde hace más de cien años y que sí goza del aval y el prestigio de la ciencia de los materiales y del uso intensivo en construcción.
Acerca de las ventajas de las tecnologías de la tierra dio un ejemplo: cuando en La Colonia se implantaron sobre el territorio edificaciones en tapia, se propició un hábitat de calidad, homogéneo y de igual dignidad para los habitantes.
Una mirada a la agroecología en Latinoamérica
La agroecología en América Latina es también una historia de resistencia, adaptación y lucha política de más de tres décadas. Así lo expuso Juan Sebastián Barrera Montealegre, profesor de la Universidad Tecnológica de Pereira, quien explica cómo, desde las décadas del 80 y del 90, campesinos, investigadores y organizaciones sociales comenzaron a cuestionar los modelos de agricultura orgánica importados, por no responder a las realidades socioculturales de la región. De esa inconformidad nació el Movimiento Agroecológico Latinoamericano, que defiende temas excluidos del modelo orgánico tradicional, como lo son: la posesión de la tierra, la lucha por el agua, las semillas nativas y el conocimiento ancestral.
Uno de los hitos más significativos, señaló, es el reconocimiento global de los Sistemas Participativos de Garantía (SPG), una forma de aseguramiento de la producción agroecológica que se construye de manera colectiva desde los territorios y que ha sido respaldada por redes internacionales. En estos sistemas, agricultores, consumidores y comunidades participan en la definición de criterios y en los procesos de evaluación, priorizando la confianza, el aprendizaje compartido y el fortalecimiento de los mercados locales.
Barrera conectó ese proceso histórico con episodios recientes en Colombia, como la derogación de la Resolución 970 de 2010 del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), que en su momento fue polémica por restringir el libre intercambio de semillas. Otro logro, consideró, fue la creación de la política pública de agroecología aprobada en 2024, después de 30 años de lucha: “Puede que mañana esa política no esté”, dijo, “pero hoy la tenemos y hay que defenderla”.
Dani Bedoya, uno de los asistentes al evento, agradeció la apertura de espacios como estos, “en momentos tan importantes como ahora, cuando estamos en crisis climática y hay problemas de alimentación en el mundo, entonces venir a aprender sobre agroecología es muy valioso para nuestras comunidades”.
La Huerta Experimental GrAEco es un refugio
En el espacio académico también se presentaron los resultados del proyecto Huertas Multifuncionales de la UNAL Medellín. Quien los socializó fue Daniela Londoño Bermúdez, estudiante de Ingeniería Agronómica. Ella destacó que en la Huerta Experimental GrAEco no solo crecen plantas, sino que se cultiva bienestar: “Se ha consolidado como un espacio de encuentro, de interculturalidad y para la salud mental. Muchos estudiantes habitan la huerta porque necesitan un lugar distinto al ruido de la ciudad”.
Para Daniela, la Huerta es un refugio para estudiantes de regiones rurales o de zonas apartadas del país. Se ha convertido en lugar para reconectar con sus costumbres familiares o con prácticas agrícolas que suspendieron al llegar a la ciudad. “La Huerta ha abierto la puerta para que esos saberes se encuentren y se validen”, resaltó.
La relación con la Escuela UNAL también ha sido transformadora. Los niños y niñas reciben talleres sobre semillas, biodiversidad y alimentos que no siempre están en la dieta cotidiana o habitual. “Se maravillan cuando ven tomates amarillos, lechugas moradas, plantas que nunca habían visto”, contó la estudiante Londoño Bermúdez, y añadió: “Esa diversidad despierta curiosidad sobre temas clave como soberanía alimentaria”.
La tierra, que se percibe como recurso o como base para construir, es entendida por las facultades de Arquitectura y Ciencias Agrarias como vínculo, en la medida en que une territorios, disciplinas profesionales, generaciones y luchas. Según el docente Dávila Betancourt, “es una forma de interpretar el mundo y, en este campus, también es una forma de habitarlo con más conciencia y más esperanza”.
(FIN/KGG)
12 de diciembre de 2025



